lunes, 11 de abril de 2011

Mi casa es su casa


No sé en que momento mi infantil corazón se impregnó de rayas rojiblancas. Aún recuerdo aquel mediodía de hace muchos años en que mi papá me llevó de la mano al estadio Jalisco a presenciar por primera vez un partido contra un equipo que viste de amarillo. Fue un encuentro emocionante, recuerdo el marcador, empate a 2. Posterior a esa fecha, asistí al coloso de la Calzada Independencia en diversas ocasiones. Me emocioné, reí, me lamenté y en otras ocasiones proferí improperios bastante folclóricos.

El tiempo pasa y no te puedo olvidar... a pesar de que la casa ahora sea distinta. El nuevo estadio Omnilife ya había sido pisado por mí en tres ocasiones, pero fue hasta el juego que da motivo a este post, que lo sentí realmente como mi casa futbolera.

Soy fiel a mi equipo, pero jamás un fanático. Nunca me pelearía por cuestiones balompédicas (¡ande pues!), creo que el asistir a un estadio debe ser motivo de diversión y emoción. Con ese afán me enfundé en mi playera y emprendimos la ida al estadio. Diversos asadores y música de varios tipos nos dan la bienvenida. El Tailgating se convierte ya en una bonita tradición.

Más adelante, gente feliz y expectante se confunde en una mancha multicolor con edecanes, grupos musicales, revendedores, guaruras y demás. Nos disponemos a entrar al estadio, donde nos encontramos con un familiar que viajó miles de kilómetros para estar en el evento, espero valga la pena, pienso.

Me dispongo a ocupar mi lugar, disfrutando el ambiente, ese murmullo lleno de ansiedad y expectación tan peculiar que sólo un estadio puede brindar. Después de cambiar de ubicación un par de veces encuentro mi lugar. Frente a mí, una familia que viene de Las Vegas, todos ellos visten de amarillo y el tiempo me demostraría que vaya que viven la intensidad del futbol.

El silbatazo inicial llega, el encuentro es trabado. Mis vecinos provenientes de la ciudad del pecado despliegan una manta a favor de su equipo, la cual media hora después es retirada por el personal de seguridad del inmueble, no sin antes presentarse la consabida alegata y predecible derrota por parte del aficionado, ese sería el tenor de toda su tarde.

A los veintitantos minutos, un certero cabezazo de un delantero rojiblanco anida la pelota en las redes. El Omni estalla como una sola voz... ¡Goooool! es lo que creemos se escucha... ese sonido proveniente de miles de gargantas, nunca nítido, pero siempre claro para todo el público futbolero. Yo me levanto de mi asiento y celebro... esto pinta bien.

Unas jugadas después el acérrimo rival, anota, mi vecino celebra y me lo echa en cara (no le gustó otro), me pongo de pie y observo una bandera levantada: "No fue gol amigo, siéntate". El voltea incrédulo a la cancha y se lamenta... los ojos eufóricos se tornan acuosos.

Culmina el primer tiempo, y salgo por algo de beber. El estadio siempre me ha parecido un lugar de respeto. Táchenme de ñoño si quieren, pero por esa razón, jamás me he comprado una cerveza en un evento de esta índole. Una vez con mi refresco en mano, vuelvo a mi butaca, dispuesto a seguir la batalla.

Inicia el segundo tiempo, el equipo contrario, para mi suerte no da una. Todo lo contrario sienten mis vecinos del desierto estadounidense, que se lamentan, y hacen ademanes, gritan y el padre de familia está a punto del llanto, ante la atónita mirada de su chilpayate.

Las barras se enfrascan en un duelo verbal dominado por la localía. La ola hace su aparición para culminar, desangelada unos metros después. La pelota sigue girando, llega al área grande, disparo... la pelota surca los aires y se incrusta en el ángulo superior. La multitud vuelve a levantarse de sus asientos.. ahora más eufórica aún, y comienza a ondear las camisetas blancas que le fueron regaladas. El grito de aliento se hace unánime en casi todas las gargantas del estadio.. dije casi .. unas de las que se niegan a participar en la fiesta se encuentran frente a mí. El vecino se mece los cabellos y se lamenta, seca sus lágrimas. Su hijo lo observa y me mira fijamente..."Chivas suck" me dice con mucho sentimiento. Sonrío, y le respondo: "No, they don't". Mi respuesta le sorprende y lo intimida, lo lleva al refugio ineludible de los brazos de su mamá.

Me relajo y empiezo a reír. Grito y canto con la mayoría del público. Después de varios intentos por fin me siento en casa nuevamente. El partido sigue... y un cabezazo provoca la euforia colectiva por tercera vez, es momento de emprender el regreso a Las Vegas, la familia se levanta y se despide con una fingida sonrisa... les deseo un buen viaje. A veces se gana y a veces se pierde, esta vez me tocó estar del lado de los ganadores.

Los minutos finales transcurren envueltos en la felicidad, los cánticos y el agitar de las camisetas blancas por el público que se encuentra feliz. La noche cae en la nueva casa, me alejo de ella, esperanzado, en que las glorias vividas en el anterior recinto puedan ser reproducidas en esta nueva geografía. Y quien sabe, tal vez en algunos años yo repita la historia y lleve a alguien de la mano a la que espero sea la casa de la parte futbolera de su ser.

Extra: Además a la salida del estadio, me encontré $200 tirados. ¿Cómo no publicarlo?

1 comentario:

  1. Jajaja cuándo escribes un libro Hek? está buena esta crónica balompédica!!! se te da, se te da... saludos!!!

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