viernes, 9 de octubre de 2009

♫♪ Mami, ¿Qué será lo que tiene el negro? ♫♪


And the Oscar goes to.... y se dice el nombre de algún actor o alguna actriz que en la vida has visto y y cuyo único mérito (algunas veces) es estar carita y hacer suspirar señoras o estar buenota y hacer que más de alguno se emocione de más al verla en la pantalla. Tal vez se premie una película, disco o puesta en escena que a ti no te parezca la gran cosa, pero bueno; tu sabes que esas premiaciones muchas veces son influidas por intereses ocultos y comerciales y que no siempre tienen que ver con la calidad; no te afecta en lo más mínimo quien haya ganado, en pocas palabras te vale.

Es de esperarse que todas estas premiaciones: Tony, Emmy, Grammy, Ariel, Mayahuel, Oso, Óscar, Jacinto o Edelmiro; no representen la gran cosa fuera del ambiente de la farándula o del showbiz. Pero hoy me llevé una decepción, después de oír en la semana como se entregaban premios a lo más destacado de la Literatura, la Medicina y la Física.. lo que sucedió con el premio Nobel de la Paz me ha hecho pensar que algo anda mal. Darle dicho galardón a una persona, que sí, no dudo que tenga buenas intenciones (muy ligadas a ciertos intereses nacionales), y que debo admitir que me cae bien; nada más no me cuadra. Si ese es el máximo baluarte en el cual descansa el ideal de lograr la paz mundial estamos fregados. Espero equivocarme y que realmente me trague mis palabras en unos años. Mientras tanto, hoy pienso que la fundación Nobel ha perdido cierta credibilidad y se ha convertido, como diría un buen amigo, en una Obamamada.


¿Me da pa' un taco?



Desafortunadamente México es uno de los países con un nivel de desigualdad económica y educativa más pronunciado sobre la faz de este bonito planeta. Esto explica en cierta manera, sobre todo en las ciudades grandes, que en cruceros estratégicos una luz roja de inicio a una función con muchos artistas en escena. En la pista 1 tenemos al fakir desnutrido que se acuesta sobre pedazos de vidrio sin filo alguno. Un poco más allá al chamaquito que le escupe alcohol o no se qué al fuego y saca unas llamototas. Para amenizar tan llamativo chou una voz aguardentosa se encarga de entonar una bonita canción, mientras una niñita se acerca estirando su mano: ¿Me da pa' un taco?; dice la escuincla con voz lastimera mientras su jefa está de huevona comiendo en el camellón y contando lo que su hija ha recogido durante el día.

No ando muy de humor de andar regalando mi dinero (realmente nunca les doy a menos que los vea ya muy fregados e incapaces de poder hacer algo por la sociedad), y respondo.. traigo tortillas, ¿quieres?.. "no, yo quiero dinero"...uhh ahora sí que limosnera y con garrote. No niego que todos estos personajes son una llamada de atención a todos nosotros como sociedad, que debe hacernos recapacitar sobre lo que estamos haciendo mal; pero hay casos extremos.

Pensando en esto, me pasó por la cabeza una idea desquiciada. Esos pensamientos que rondan en la mentecilla maligna de nuestro alter-ego. Era ya tarde y yo lo único que quería era llegar a casa después de un muy largo día de trabajo. De repente se aparece de la nada un señor sin piernas trepado en un carrito estorbando ambos carriles de la calle. Como pude lo esquivé y me salvé de aparecer como la peor bestia que haya pisado este planeta en la portada del Alarma! o del Metro: "Individuo desalmado mata a un cuasisanto viejecito sin piernas". Más detalle en la página 7. Pinche ruquito, pienso. Él, muy descaradamente se acerca y me pide dinero. Hey!, yo reconozco esa cara, él se ponía hace un año en otro crucero. Convenció a una tía mía de que le diera como regalo de Navidad una gorra del América, y como esta pariente mía de repente se sintió la madre Teresa de Calcuta se la regaló. Esto me daría igual si no hubiera yo tenido que ir a comprar el mentado obsequio, con lo molesto que esto resulta para un aficionado del Guadalajara. Mmmm otra razón para que me caiga bien este don. Le digo que no traigo nada de dinero, se enoja y balbucea no se que tanto.

Mi mente se pone a montar un teatrito . ¿Y sí lo hubiera atropellado?... ¿Cómo se habría oído su crujir de huesos?, ¿Por qué ruta habría podido yo escapar para no ser atrapado?, ¿Terminaré en la cárcel y siendo tachado como un conductor desalmado y mal ciudadano?. Imaginé todo esto durante lo que duró la luz roja, el verde aparece iluminando la noche y avanzo rumbo a casa. El señor ese sigue ahí atravesándose a los carros y maldiciendo a quien no le da unas monedas. Por personas como esas, me niego a pagar mis impuestos extras para ayudar a los pobres; no porque no crea que necesiten ayuda, sino porque no creo que la caridad sea la mejor salida a esta penosa situación. Mugre don, te saliste esta vez con la tuya (en cierta manera, porque no le di dinero), pero mi venganza llegará. Eso me gusta pensar, aunque sé que jamás me animaría a hacerle daño de alguna manera.

Comfort y música para volar


Esa tierra de nadie y siempre inconquistable me ha fascinado desde que tengo uso de memoria. El ir y venir de las personas, lágrimas, risas, abrazos, encuentros y desencuentros me han acompañado en mi estancia en esos grandiosos lugares a los que dedico mi post. Alguna vez escuché una frase que decía más o menos así: Si Dios hubiera querido que el hombre volara habría hecho que fuera más fácil llegar a un aeropuerto. Tal vez, el haber escuchado esa frase en mis años de infancia explica una parte de mi amor por estos mausoleos llamados precisamente aeropuertos. El sentir que en cierto modo atentaba contra el orden divino y me rebelaba ante el viejito de barbas largas (o adáptese aquí cualquier versión del ser supremo que el lector tenga) hacía que el volar fuera aún más emocionante. Otro factor importante es que realmente jamás he viajado por avión a un lugar que me desagrade o donde haya vivido una experiencia trágica o suficientemente molesta como para aborrecer la experiencia de la que hablamos.

En mi niñez un viaje de este tipo era todo un ceremonial (a pesar de que el destino era siempre un pueblito ubicado entre la costa y el desierto): Mi mamá me levantaba más temprano que de costumbre, hacía que me bañara y vistiera de una forma impecable; creo que iba más elegante al aeropuerto que a cualquier evento social en mi otrora corta existencia. Ibamos a desayunar a un lugar exquisito, para después proseguir hacia nuestro destino. Hacer fila, esperar en las salas, que las azafatas me prestaran especial atención; me hacía sentir importante. El trayecto culminaba siempre visitando parientes que quiero y que no solía (ni suelo) ver muy seguido. El avión era pues, el inicio de un viaje agradable... con un destino predecible, eso sí.

Unos años más tarde esta situación cambió: El atuendo impecable se convirtió en pantalón de mezclilla, tennis y la camiseta mas guarra que podía hallarme en el guardarropa. Ya sí el destino lo ameritaba a lo mejor una chamarra que se viera más o menos y diera le gatazo de que aun se guardaba un poco el sentido de la elegancia. Esta modificación en el look, obedecía a razones meramente prácticas. Los destinos eran ahora más lejanos, había que hablar más idiomas y esperar más horas en los aeropuertos. Se podía ver gente de rasgos más variados, diferentes formas de vestir y hablar. El momento de abordar se hacía inevitable: ojalá me toque junto a una muchacha guapa y sexy pensaba siempre; para saciar tu curiosidad debo admitir que eso jamás ha sucedido. He sido vecino de niños molestos, viejitas achacosas, señores(as) muy platicadores sobre cosas que rara vez me interesan y un largo desfile de personajes que no encajan en el estereotipo de la fémina que sería la madre de mis hijos o mi aventura en un avión. Ni modo; no todo puede tenerse en la vida.

Esta lista de personajes ha hecho que en estas largas horas de vuelo; la música sea una compañera por demás bienvenida. Oír unos buenos acordes viendo nubes y más nubes, además de ciudades diminutas a mis pies es una combinación que hace sentir bien a cualquiera; al menos funciona conmigo. Momento de apagar la música y abrocharse el cinturón; hemos llegado al destino. La gente se arremolina en el pasillo para salir. Primer encuentro con la ciudad seleccionada, recoger mi equipaje y cruzar esa puerta. A pesar de lo que me gustan los aeropuertos y sus historias; el momento que más disfruto es cuando salgo de ellos para encontrarme con un pedazo de planeta que siga haciendo que volar (trepado en el aparatejo ese obviamente), sea una de las experiencias que más disfruto. Realmente hoy tengo muchas ganas de viajar a algún lugar lejano y agradable; ojalá eso se logre pronto.